ECOLOGISMO Y TRANSGÉNICOS: UNA PROPUESTA DESDE LA IZQUIERDA
Parece haber una guerra abierta del movimiento ecologista en general y
de los partidarios de la “agricultura ecológica” en particular contra
una tecnología conocida como ingeniería genética, y más concretamente
contra los organismos genéticamente modificados, los famosos
transgénicos. Los enemigos de esta tecnología sostienen que dichos
organismos son potencialmente peligrosos para el medio ambiente y el
consumo humano y que su producción lleva al agricultor a perder control
sobre sus productos en favor de multinacionales como Monsanto.
En cambio los defensores de los organismos genéticamente modificados
(entre los que me encuentro) sostenemos que no hay estudios que
demuestren la supuesta peligrosidad de estos organismos (lo que no quita
que pueda haber algún estudio concreto de algún organismo concreto, en
situaciones experimentales muy concretas). A esta falta de pruebas sobre
la peligrosidad se suman las numerosas pruebas en sentido contrario,
como la que apuntan que estos organismos pueden contribuir a mejorar el
medio ambiente, ya sea gracias a la capacidad de algunos para resistir a
las plagas (lo que conlleva un menor uso de pesticidas), la menor
necesidad de agua para su producción en otros casos y un largo etcétera
de mejoras que hacen que los cultivos sean más resistentes y
productivos. A estas ventajas medioambientales se suman también otras
para la salud humana. Un buen ejemplo de ello es el arroz dorado, que de
ser producido en grandes cantidades podría evitar más de un millón de
casos de ceguera al año por déficit de beta-carotenos en Asia, o el
trigo sin gluten que recientemente se ha desarrollado en la Universidad
de Córdoba.

En cuanto al tema de la dependencia tecnológica de multinacionales,
debemos recordar que la agricultura mundial ya dependía de estas mismas
multinacionales antes de que existieran los transgénicos y por lo tanto
estos no pueden ser nunca la causa de esta dependencia. No se trata de
estar en contra de esta tecnología como forma de oponerse a las
multinacionales, de la misma forma que nuestra lucha contra los abusos
de Microsoft o Apple no nos llevan a estar en contra de la informática
sino a apostar por el software libre y gratuito. De la misma forma, en
agricultura deberíamos apostar por algo parecido, un sistema público de
desarrollo de esta tecnología que permita al agricultor acceder a la
misma libremente, reduciendo o eliminando la actual dependencia con las
multinacionales. Un camino que ya han iniciado muchos países, como Cuba,
donde el estado financia la investigación sobre semillas transgénicas
que posteriormente llegarán a los agricultores a precio de semillas
corrientes. Gracias a esta tecnología, Cuba ha comenzado a cultivar un
maíz resistente a la principal plaga de la isla, reduciendo su
dependencia del maíz de importación y por lo tanto mejorando su
soberanía alimentaria.
Sin embargo, el análisis básico de los ecologistas sobre el modelo
agrícola actual es sustancialmente correcto: El sistema de explotación
capitalista de la agricultura es un modelo insostenible desde el punto
de vista medioambiental que está generando numerosos problemas como la
erosión y pérdida del suelo, la contaminación de ríos y acuíferos por
culpa de los abonos nitrogenados inorgánicos y de pesticidas, pasando
por la desecación de esos mismos acuíferos, la generación de residuos
sólidos, la deforestación de grandes zonas de selva tropical para
obtener tierras de labor, etc. A todo esto debemos sumar que el actual
modelo agrícola es socialmente injusto por que dificulta la
supervivencia a los pequeños agricultores y favorece que a las
multinacionales acaparar cada vez mayor parte del pastel; haciendo que
los pueblos sean cada vez más dependientes de estas compañías y
convirtiendo la alimentación en un producto para especular en lugar de
un Derecho Humano con el criminal resultado de que millones de personas
mueran de hambre. no por la falta de producción de alimentos sino a
causa de esa especulación que tan vilmente enriquece a unos pocos.
Frente a este modelo, la respuesta ha sido la agricultura mal llamada
ecológica u orgánica, cuyos heterodoxos planteamientos pueden ir desde
posturas más o menos basadas en propuestas racionales que se apoyan en
investigaciones científicas serias hasta en las ideas metafísicos de
ciertos grupos, amantes de concepciones esotéricas sobre “lo natural”
que defienden la vuelta a un supuesto pasado idílico en el que vivíamos
en “armonía con la naturaleza”. Si bien de los planteamientos de estos
últimos poco se puede sacar de utilidad, lo cierto es que gracias a los
primeros tenemos conceptos tan valiosos como el de lucha integrada
contra las plagas, la combinación de cultivos para aumentar la
resistencia frente a enfermedades, el compostaje, la protección del
suelo mediante setos y/o técnicas de laboreo adecuadas y otras
propuestas que suponen una valiosa contribución a un futuro modelo de
agricultura sostenible que garantice el derecho de la humanidad a una
alimentación sana y de calidad. Muchos de los defensores de la
tecnología transgénica califican a la agricultura ecológica de
anticientífica y a sus partidarios de tecnófobos radicales que rechazan
irracionalmente el avance tecnológico. Postura esta última irracional,
absurda e insostenible, ya que si bien es cierto que dentro de este
movimiento hay mucho new age pasado de peyote; lo cierto es que, como
reza el dicho, no todo el monte es orégano y agricultores ecológicos hay
de muy diverso pelaje: desde luditas radicales a simples agricultores
convencionales que ven una oportunidad de conseguir con la moda de “lo
orgánico” mejores mercados y un precio más justo por su producto. No
obstante, la mayoría de ellos comparten una preocupación genuina por el
medio ambiente y la búsqueda de un modelo agrícola alternativo que sea
medioambientalmente sostenible y que garantice la soberanía alimentaria
de los pueblos. Algo con lo que desde un planteamiento de izquierdas
difícilmente puede estarse en contra.

Desgraciadamente, hoy en día estas técnicas por si solas no pueden
competir ni de lejos en producción con las de la agricultura
tradicional. El producto ecológico es un producto caro que sólo tiene
futuro gracias a un sector de la población que posee dos características
muy específicas: un poder adquisitivo suficiente para poder hacer
frente al sobreprecio que supone esta forma de explotación y la creencia
de que estos productos son mejores para su salud personal o que dicho
producto tiene ciertas cualidades organolépticas superiores (el
consabido tomate “que sabe a tomate de los de antes”) que le lleva a
pagar ese sobreprecio. Así, lo que en principio pretende ser una
respuesta contra la agricultura capitalista, acaba siendo integrado en
este sistema como (ironías de la vida) un producto de lujo. A esto ha
contribuido enormemente el hecho de que para considerar a un producto
como “ecológico” no tiene que probar que es ambientalmente sostenible,
sino solamente que en su producción no se han utilizado productos
químicos de síntesis. Es decir, que unos kiwis producidos en Nueva
Zelanda sin productos químicos de síntesis y transportados a Europa por
avión obtendrían su sello de orgánicos pese a que la huella ecológica
debida a ese transporte por avión sea posiblemente muy superior a la de
cualquier producto cultivado en las cercanías del lugar de consumo, sea o
no orgánico. De la misma forma, será considerado ecológico un producto
abonado con abonos orgánicos, aunque estos sean utilizados excesivamente
y contaminen (que también pueden) un cauce de agua próximo.
Debemos entender que la actual agricultura ecológica no es hoy en día
una alternativa, sino una parte más del modelo capitalista de
explotación agrario, que con el marketing de la defensa de “lo natural”
tiene como público objetivo a las clases más pudientes de dicho sistema.
Plantear una batalla agricultura ecológica contra convencional carece
de sentido pues ambas se encuentran integradas en el modelo de mercado
capitalista, cada una dirigida a grupos de consumidores diferentes, uno
más generalizado y el otro más especializado y pudiente. Frente a esto
debemos plantearnos un modelo de producción agraria diferente que sea
realmente sostenible para el planeta, que permita garantizar la
soberanía alimentaria de los pueblos y una buena calidad de vida al
agricultor, y que al mismo tiempo proporcione alimentos de calidad a un
coste asequible para cualquier persona. Un modelo así requiere tener en
cuenta una gran cantidad de factores, desde los sociales y económicos
relacionadas con los medios de producción y la propiedad de la tierra
hasta los relacionados con los métodos de producción, como las técnicas
de cultivo para emplear o la selección de plantas adecuadas. En este
modelo sostenible los transgénicos son una herramienta agrícola más que
contribuyen con semillas más resistentes tanto a enfermedades y plagas
como a sequías o heladas. Desde esta perspectiva basada en el concepto
de producción integrada sostenible, la soberanía alimentaria de los
pueblos y la consideración del derecho a comer como un derecho humano
fundamental que debe ser garantizado por los poderes públicos mundiales,
los cultivos transgénicos son perfectamente compatibles con los
planteamientos ecologistas, pudiendo convertirse en una tecnología
extremadamente valiosa en la consecución de esos objetivos.
Juan
Segovia. Militante del PCA e Izquierda Unida Andalucía y miembro del
grupo promotor del Área de Ciencia en Izquierda Unida. Twitter: @juanillosegovia
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